Los extremos se tocan, dice el saber popular. Me ha sorprendido estos días saber que quien es probablemente la persona más ampulosamente tonta a este lado de los Urales (y al otro), don Juan Soto Ivars, y aquella otra que es, sin duda alguna, una de las más inteligentes que he tratado, don EP Mesa —a quien conozco desde hace unos 40 años, y con quien comparto mi primera militancia política y miles de horas de debates políticos y filosóficos, y a quien debo sin duda alguna, buena parte de mis certezas y mis dudas— coinciden en una idea: la flotilla de Gaza no tiene sentido porque sabían que no iban a acabar ni con el bloqueo ni con el genocidio, de donde ambos deducen que su motivación fue ir a hacerse selfies. Al pobre Soto no lo enlazo, porque no merece la pena, y no tengo tiempo que perder en buscar sandeces, pero a don EP sí que le enlazo: lo dice en este post de su, por otra parte, siempre interesante blog.
Como es natural, don EP no tiene razón. Y me explico:
Cuando aquel lejano —o no tanto— 1 de septiembre de 1955 Rosa Parks se negó a ocupar uno de los asientos del autobús reservados para los negros, sabía perfectamente que no iba a acabar con la segregación aquel día. Lo supongo porque yo no estaba allí. Pero sí sé con certeza —porque lo hice yo mismo— que cuando me negué a incorporarme al Servicio Militar no pensaba que ese acto mío iba a suponer el fin del reclutamiento forzoso en España, sino que, más probablemente, iba a dar con mis huesos en la cárcel, como finalmente ocurrió. Sin embargo, Rosa Parks, yo mismo y muchas otras personas llevamos a cabo actos performativos similares a los que don EP denuncia en su blog, tratando de convencernos a todos de que son una muestra de la decadencia de la izquierda, contra la que, como si fuera el último marxista vivo y consciente, nos avisa desde sus altavoces y tribunas.
La razón de ser de las flotillas —al margen de cómo se escenifiquen y de que nos gusten más o menos las personas que se embarcan en ellas— es la desobediencia civil frente a un poder ilegítimo: el poder de separar a blancos y negros en la vida social, el de reclutar jóvenes de manera forzosa —sobre esto hoy tengo mis dudas—, o el de declarar embargos de navegación sobre aguas internacionales para evitar que llegue ayuda humanitaria a un pueblo al que se intenta aniquilar físicamente. La desobediencia civil no busca la eficacia inmediata, sino el testimonio que erosiona la legitimidad del poder injusto, así como desenmascarar contradicciones y provocar respuestas políticas.
La flotilla de Gaza ha sido la típica intervención de una serie de misioneros, en este caso autoproclamados de izquierdas. Por supuesto, todos sabíamos desde el principio, y ellos también, pues no debemos dudar de su nivel intelectual, que dicha acción resultaba imposible de realizar. Sin embargo, se ha realizado, además con gran publicidad y emoción, y la pregunta es por qué.
Don EP Mesa.
Si ya todo el mundo sabía que en Estados Unidos había segregación racial, ¿qué sentido tuvo la desobediencia de Parks? Si todo el mundo sabía que el reclutamiento obligatorio en tiempos de paz interrumpía la vida de los jóvenes para formarlos en valores que la sociedad rechazaba —eso es lo que pensábamos entonces, aunque hoy no lo tengamos tan claro—, ¿qué sentido tenía la insumisión? Si ya todo el mundo sabe que en Gaza se está llevando a cabo un genocidio, ¿qué sentido tiene la flotilla, que además apenas tiene posibilidades de llegar a Gaza?
Pues lo tiene, y mucho. En primer lugar, mantener la tensión. Los gobiernos europeos —incluido el español—, sin la presión de la calle, no se habrían movido un ápice de la indiferencia. Están girando muy tímidamente su posición sobre Palestina porque los pueblos están en la calle, en muchas ocasiones recibiendo palizas, amenazas y prohibiciones. Sostener la incomodidad política, recordarles cada día a nuestros gobiernos que son cómplices del genocidio, es una obligación moral; y la flotilla contribuye a eso enormemente. Además, tiene resultados reales: gobiernos que no querían implicarse lo más mínimo —como el italiano, el francés o el sueco— han tenido estos días que fijar posiciones que de otra forma no habrían fijado.
Claro que la flotilla tiene utilidad práctica y consecuencias reales en la política. El solo hecho de que Israel haya estado jugando al ratón y al gato con ella ya nos habla de su importancia simbólica. Si no le molestara, si no le hiciera daño, no se habría preocupado tanto por anularla; y desde luego no la habría asaltado ni detenido y torturado a sus integrantes sin necesidad. Sencillamente, habría pasado de ello.
La comparación que hace don EP con el DOMUND es equivocada. Equivocada y forzada, ya que sabe perfectamente dos cosas: la primera, que lo que transportaban no era limosna; y la segunda, que el objetivo de la flotilla no era entregar esa ayuda, sino provocar una acción política internacional en contra de Israel por parte de la comunidad internacional. En especial, de esa parte de la comunidad internacional que se autoproclama —esta vez sí— moralmente superior: Occidente, que, por otra parte, tiene tan pocas lecciones que dar.
Pero no sólo eso. Las personas que se han embarcado en la flotilla —a las que don EP juzga moralmente a pesar de repetir todo el rato que no lo hace, con el viejo truco de decirles “no os voy a decir que sois idiotas”—, esas personas que don EP desprecia en lo político y en lo personal —sin escribirlo, por supuesto— son admirables, porque lejos de quedarse en su salón lanzando tuits, como hago yo mismo, han decidido resistir a Israel y sus tropelías con su propio cuerpo, con su propia seguridad. No sé si lloran en público, y me da igual, la verdad. Entre ellas hay personajes que no me agradan nada, como Ada Colau, pero la realidad es la que es y no otra. Lo de llorar en público y la importancia de lo personal y las emociones en la política es otro tema que habrá que tratar otro día.
Entre los logros de don EP está haber acuñado la expresión “izquierda autoproclamada”. Yo acuñé liberalpinochetismo, que es bastante más precisa. Hoy hay que felicitarle por un nuevo logro: el de haber acuñado, esta vez, un concepto, no sólo una expresión: la izquierda paralizante. Esa izquierda que se excita criticando pero se horroriza cuando alguien actúa.