Esta mañana, en el desayuno, comentábamos don Curro y yo la muerte de dos soldados españoles en Afganistán y nos preguntábamos qué hace el Ejército español en el país asiático. No permití que el debate siguiera su curso. Interrumpí a don Curro con un anuncio: «Curro, hace tiempo que estoy pensando en un post en el que reniego de mi pasado antimilitarista«. Don Curro me mira extrañado y le explico que hace tiempo que pienso que hoy no actuaría como actué -convencido de que actuaba bien, pero probablemente equivocado- hace años al declararme insumiso al servicio militar. Hoy no creo en la disolución de los ejércitos -ni en la legitimidad de la desobediencia civil en democracia, pero ese es otro asunto- porque creo que las democracias tenemos derecho -y obligación- de defendernos, porque creo que los ciudadanos tenemos intereses colectivos que tenemos derecho -y obligación- de defender.
Y es que en Perejil -por citar un ejemplo- no se defendía un islote, ni una cabra, ni la integridad de la patria. Aznar sí lo pretendía, pero en realidad no era eso lo que se defendía, sino que se trataba de evitar una cesión de soberanía. Y eso, en Perejil, quizás no tuviera demasiada importancia real, pero imagínense ustedes esa situación en Ceuta, donde hay ciudadanos españoles que dejarían de ser ciudadanos de una democracia avanzada y se convertirían en súbditos de un Rey absoluto, con obligación de pagar impuestos para construir mezquitas. No pretendo introducir el debate sobre Ceuta y Melilla, sino poner un ejemplo claro de por qué una democracia necesita un Ejército.
Pero hablar de esto es complicado; al menos a mí me lo resulta, quizás porque todavía no tengo las cosas claras, y probablemente no las vaya a tener claras en un futuro cercano. Soy un proceloso mar de dudas. Hoy ha publicado don Luis Solana un interesante artículo en su blog y creo que me ha convocado para que me pronuncie sobre el tema. Voy a intentar decir algunas cosas, aunque no pienso que lo que diga en esta anotación vaya a ser una posición definitiva ni sólida sobre el asunto, porque ya les digo a ustedes que no tengo nada claro sobre este tema, salvo que hace veinte años, cuando me declaré insumiso, me equivocaba.
Las democracias tenemos derecho a defendernos. Vale, pero ¿qué democracias? ¿Venezuela, que en mi opinión es una democracia -aunque va por mal camino- tiene derecho a defenderse igual que lo tenemos nosotros? ¿Qué entendemos por democracia y de qué podemos defendernos? ¿Hay un sólo modelo de democracia? ¿Cuáles son las amenazas? ¿Tenemos derecho a imponer nuestras ideas y nuestras formas políticas a otras sociedades? ¿Si nuestros intereses entran en conflicto con los intereses de otras democracias, es legítimo el uso de la violencia? ¿Y si entran en conflicto con los intereses de otras sociedades que no son democráticas, hasta qué punto es legítimo el uso de la violencia, si lo es? Y vuelta la burra al trigo: ¿Podemos imponer a sociedades que no forman parte de nuestra civilización nuestras formas políticas? ¿Es posible un Ejército que no esté al servicio de los intereses de una minoría poderosa económica, política y socialmente? ¿Por qué, salvo contadas excepciones, siempre que interviene un ejército en un conflicto armado propio o ajeno hay una causa oficial que casi siempre hace referencia a la restauración de la libertad o de los derechos humanos, pero luego hay una causa económica que se niega o se oculta? ¿Por qué es tan difícil y tan extraño que nuestros ejércitos intervengan en conflictos en los que no hay intereses económicos en juego, pero se violan los derechos humanos de la misma manera que en otros conflictos en los que intervenimos oficialmente para salvaguardarlos? ¿Es posible controlar el nivel de violencia que practican los ejércitos? En otras palabras, cuando un ejército entra en acción, ¿son inevitables comportamientos como los habidos en Irak por parte de militares norteamericanos y británicos con asesinatos y torturas que la superioridad condena sólo con la boca pequeña?
Quienes como yo sólo tenemos claro sobre este tema que no tenemos nada claro, nos encontramos con una segunda dificultad a la hora de debatir, que se refleja muy bien en los comentarios que se han realizado al post de don luis Solana: las posturas oscilan entre un pacifismo plagado de tópicos sobre la paz y la necesidad de evitar la guerra a toda cosa, aunque venga impuesta, y un dogmatismo militarista igualmente plagado de tópicos sobre el servicio y la abnegación que se refleja muy bien en la demagógica comparación que hace don Luis entre el Ejército y el Cuerpo de Bomberos.
¿Pueden ayudarme?