Pasaron ya aquellos tiempos en los cuales, para que a uno de le enterraran con un mínimo de dignidad tenía que ser emperador del Alto y del Bajo Egipto.

Nicks, avatares y anonimato: las personas importan…

18/07/2011

Últimamente, cualquier debate o conversación en que me vea metido acaba con el cuento de que las personas no importan, que lo importante son las ideas, los proyectos, lo que dicen las palabras. Y cuando lo oigo, una tripa se me descuadra y me siento muy incómodo. Porque creo que las personas no sólo importan, sino que son lo que realmente aporta –o resta- valor y credibilidad a las ideas….

El otro día tuve una sonora bronca en twitter con un seguidor. La verdad es que ya no recuerdo el motivo, pero sí recuerdo que me molestó sobremanera que el tipo no estuviera identificado, y que firmase sus palabras y sus opiniones con un nick. Es algo muy extendido en internet, lo de los nicks, pero en general, y en mi humilde opinión, es ruin  y cobarde esconder la propia identidad tras el nick, especialmente cuando se discute sobre política, que es lo que hago yo el 70 por ciento del tiempo libre que dedico a internet. Aquella discusión era política, y me cansé del tipo cuando empezó a mostrarse bastante agresivo conmigo. Así que le insulté.

Se ofendió mucho, pero yo le expliqué que no había razón para ello, ya que en realidad estaba insultando a un personaje literario, que es lo más que puede llegar a ser un nick. Si en alguna parte de tu perfil 2.0 aparece indicado que tu nick responde a tu identidad, eres una persona. Si el nick es simplemente eso, un nick, entonces eres un avatar, un personaje literario, algo que se ha inventado alguien…

El debate político es más comprometido, sin duda alguna, pero creo que esto que digo vale para cualquier otra forma de participación en cualquier parte de la red: tras el anonimato se esconde la cobardía, la falta de compromiso con las ideas propias y una gran falta de consideración hacia los demás. Es mentira que el mundo real sea uno y el mundo digital sea otro. Ambos son el mundo, ambos son parte de la realidad, y en ambos las reglas deben ser las mismas. Si por cualquier motivo –los hay, y respetables- no puede usted avalar con su firma sus ideas en el mundo analógico, no nos las imponga en el digital escondiéndose tras un pseudónimo. ¿Confiaríamos en alguien que hablase ante una asamblea tapado con una capucha? ¿Lo permitiríamos, acaso? No, claro…

En política ocurre lo mismo: hay batallones de militantes en los partidos políticos que se quedan tan contentos después de decir que las personas no importan, que importan los proyectos, las ideas y los programas. Es mentira. Estas cosas importan, y mucho, pero los proyectos, las ideas y los programas, sin personas que los avalen y sean capaces de trasladarlos del papel a la realidad, no son nada. Por eso, creo que hay ideas y planteamientos políticos, que por muy buenos que sean sobre el papel, quedan anulados cuando miramos a las personas que los plantean. Tenemos ejemplos muy cercanos en el tiempo que no voy a citar para no desviar el tema. Por eso, creo que las elecciones primarias en todos los ámbitos y las listas abiertas en todos los comicios son los métodos más democráticos. Y por eso, también, desconfío de ciertos integrismos en torno a la bondad intrínseca de la renovación… Porque las personas importan.

Internet y su carácter social y abierto, la capacidad que nos da de implicarnos y de participar en el debate político, incrementa la importancia de las personas, que ahora entablamos la conversación entre nosotros y nosotras, con nuestros representantes, con las administraciones y con otras instancias de poder, de manera abierta y directa, sin intermediarios y con muchas más posibilidades de influir realmente en las decisiones que hace apenas 10 años. La red, en todos sus foros y plazas, mejora la calidad de la democracia, porque otorga a los ciudadanos el poder y la capacidad de hablar, y a las autoridades les quita el pretexto de no haber oído.

Pero para ser creíbles, no hay otro camino que el de responsabilizarnos de nuestras ideas y de nuestras palabras, avalándolas con nuestra identidad y quitándonos las capuchas…

Cualquier otra cosa es hacer el tonto. O intentar hacer el mal…