Se puede decir que muchos pueblos contribuyeron con enormes sacrificios y determinación a borrar del mapa al fascismo en la II Guerra Mundial: los ingleses, los franceses, los norteamericanos… pero no se puede negar que el mayor, el más generoso y el más decidido sacrificio en la lucha contra el fascismo fue el del pueblo de esa gran nación de naciones que fue la Unión Soviética, un pueblo que jamás coqueteó con el fascismo, como sí hicieron otros -el francés, por ejemplo, España, Italia y casi todos los del este- y que se dejó en las trincheras a 26 millones de sus hijos e hijas, que hoy nos hablan desde el cielo a través de las grullas a las que cantó el gran y desconocido en occidente Mark Bernes.
El mundo civilizado, occidente (al que pertenece Rusia, aunque ahora estemos enfadados, y en ambos lados haya un poquito de razón) y Europa y sus pueblos le debemos a Rusia nuestra existencia tal y como somos y nuestra propia libertad. Por eso, me entristece enormemente enterarme de que van a derruir, si no lo han hecho ya, el monumento que en la ciudad búlgara de Podliv a Aliosha.
Hace 15 años, cuando era estudiante de esa bella, sonora y desconocida lengua que parece especialmente diseñada para la música que es el ruso, inicie la publicación de una web en la que, a modo de práctica de mis estudios, pero también para ayudar a difundir en nuestro país un mayor conocimiento de Rusia y lo ruso, publicaba la traducción de canciones rusas.
La primera que traduje se llamaba Aliosha y habla de uno de los muchos soldados rusos, soviéticos, que dieron la vida por liberar Europa de los nazis. Una bella canción, una bella, triste y esperanzadora historia, que habla de la amistad entre los pueblos y la memoria histórica. Una canción que habla sobre todo del pueblo ruso, no de la política, ni del comunismo ni de ninguna guerra que no fuera la lucha antifascista.
Aliosha fue un soldado ruso que murió en Bulgaria, luchando contra el fascismo y contribuyendo, con su vida, a liberar Europa de los nazis. En Podliv, la ciudad en la que murió, un frío día de noviembre, cuando caían las primeras nieves -los rusos tienen muchas palabras para designar la nieve, y «parosha» es la que nombra las primeras nieves del invierno- , hay una estatua en su honor, un monumento que le recuerda a él y a los millones de soldados rusos que dieron su vida para liberar Europa del nazismo.
Aliosha es un héroe al que hasta ahora recordaban en la Bulgaria libre, es un símbolo de la paz y la amistad entre los pueblos, y es un ejemplo claro de la importancia que tiene la memoria histórica. «Debemos respetar nuestra historia y venerar el recuerdo de los que perecieron en la lucha contra el fascismo», dijo hace unos años uno de los gobernantes búlgaros que participó en el homenaje que cada año le hacían a Aliosha bajo el monumento de Podliv. Hoy, cuando el fascismo parece que campa a sus anchas de nuevo por Europa (por toda Europa, a ambos lados del muro, que aquí no hay nadie libre de ello), parece que ya no “debemos respetar nuestra historia” y las autoridades búlgaras han decidido olvidarla y derruir el monumento a Aliosha, un monumento al que durante 70 años, las chicas búlgaras han acudido, agradecidas, a llevarle flores a Aliosha, ya que él no podía regalárselas a ellas.
Прощай, спасибо и до свидания, Алеша