Algunos amigos me dicen, con cierta sorna, que la postura que estoy manifestando estos días respecto a la relación con Rusia y la guerra de Ucrania es contradictoria con la que sostenía antes de la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca. Pero en realidad no lo es. Siempre he dicho que soy europeo. Europa es mi nación porque representa el único intento fructífero, desde la fundación de Roma (es decir, desde el origen de Europa) hasta la fecha, de mantener el continente en paz, en libertad y en prosperidad. Lo hemos conseguido durante ochenta años. Ese, y no otro, es mi proyecto político; esa, y no otra, es mi patria: integración europea, democracia y Estado del bienestar. Un proyecto que comparto con ciudadanos europeos de derechas y de izquierdas en todo el continente. Ese proyecto lo encarna la Unión Europea.
Evidentemente, debemos realizar cambios, tres de ellos imprescindibles y urgentes: una mayor integración y democratización, una política exterior unida y autónoma, y una política de defensa realmente común e independiente, que incluya la creación de un ejército europeo, cuya necesidad estos días se manifiesta con absoluta claridad.
Hasta la irrupción de Trump —y lo sigo creyendo hoy—, pensaba que Rusia debía ser nuestro amigo preferente por motivos geográficos, culturales, históricos, económicos y políticos. Soy rusófilo y lo seré hasta el día en que me muera. Pero si nuestro amigo preferente se alía con nuestro peor enemigo —Estados Unidos es y ha sido siempre, con Trump y con otros presidentes, nuestro mayor adversario—, entonces ese amigo preferente se convierte en nuestro enemigo. Y nuestra obligación es defendernos y, sobre todo, dejar claro a Estados Unidos que no lo necesitamos para nuestra seguridad.
Estas circunstancias son nuevas, porque Estados Unidos, por fin, ha mostrado su verdadero rostro —algo que debemos agradecerle a Trump—. En este contexto, defender a Ucrania es defender a la Unión Europea. Hay que apoyarla, con límites y con realismo, hasta que Rusia acepte que no pasará del Donbás. Solo entonces se podrá buscar una paz realista y justa que excluya a Estados Unidos del continente, pues la reconstrucción de Ucrania debe quedar en manos de la Unión Europea. A cambio, Ucrania deberá democratizarse y desnazificarse de manera efectiva si quiere ingresar en la UE, para evitar otro tumor maligno como el que representa Orbán. Y esa paz deberá ser garantizada por un ejército única y exclusivamente europeo.
Así que pueden considerarme, ahora mismo, un halcón europeo.