Estoy por transustanciarme en troll pepero para liberar tensiones.

La lección del Colegio Areteia

11/06/2025

En un mundo en el que ya es pensamiento hegemónico que la igualdad social es una rémora y que quien no triunfa es porque no se lo merece; en un mundo en el cual los jóvenes que empiezan a trabajar te cuentan que el Estado les «quita» parte de su salario, en lugar de mostrarse orgullosos de su ciudadanía y de su contribución, mediante los impuestos, a lo común, la experiencia vivida en el Colegio Areteia se convierte en una lección luminosa y necesaria, en una lección de compromiso, de inclusión y de respeto a los ritmos individuales y a los valores colectivos. Una lección que merece ser contada, estudiada, aprendida.

Escuchar a una joven de apenas 18 años que, en su discurso de graduación, agradece a sus profesores y profesoras que les hayan inculcado los valores de la “igualdad, la solidaridad y el cuidado del bien común”, y que les hayan animado a aprender “no para ser los mejores, sino para contribuir a construir un mundo mejor” es un bálsamo para el alma atribulada de quienes vemos con preocupación cómo los valores en los que nos educaron, los valores que hemos querido transmitir a nuestros hijos e hijas, empiezan a ser cuestionados y perseguidos de nuevo por el mundo.

Esos mismos valores, tan magníficamente expresados por esa joven, son los que le han inculcado a mi hijo en un colegio extraordinario, especializado en atención a la diversidad y educación inclusiva: el Colegio Areteia.

Don Artur se graduó ayer en su ciclo de Formación Profesional de Grado Medio en Técnico de Guía en el Medio Natural y de Tiempo Libre. No quepo en mí de orgullo. Y ha sido posible gracias al Colegio Areteia, un centro privado que es exactamente lo que el sistema público de enseñanza debería aspirar a ser: compromiso con el aprendizaje de cada alumno y de cada alumna, respeto a sus ritmos, sus capacidades y sus trayectorias. La atención a la diversidad y la educación inclusiva no son consignas progres ni ocurrencias woke; son necesidades vitales para miles de niños y niñas que, sin ellas, quedan fuera del sistema.

Lamentablemente, nada de eso está hoy en la escuela pública madrileña —salvo contadas excepciones—, y no hablo de sus magníficos profesionales (una de las cuales es la madre de mi hijo, otra una de sus tías, y otra su prima, además de varios amigos y amigas). Porque ellos, los profesionales de la pública, dan más de sí mismos de lo que sus sueldos exigen. Son ellos quienes, a pesar de sus gestores políticos, mantienen con su trabajo diario —mal pagado y peor reconocido— la calidad de la escuela pública.

No hablo, por tanto, de las personas, sino del sistema, de un sistema que expulsa a los niños y niñas que tienen problemas, de un sistema que no cuida a quienes más necesitan ser cuidados, de un sistema, en definitiva, que deja a muchos en el desamparo.

Ayer, escuchando el magnífico discurso, cargado de valores encomiables, de la alumna que representaba a quienes se graduaban, así como las palabras del director del Colegio Areteia, no podía evitar sentir una rabia honda —tan honda como el orgullo que sentía— contra quienes están desmontando la escuela pública, contra quienes están desviando hacia objetivos menos encomiables los recursos necesarios para que esa escuela pueda ser verdaderamente diversa, inclusiva y respetuosa con cada alumno y con cada alumna. Porque todas y cada uno de ellos y ellas tienen derecho a la igualdad de oportunidades. Y a una vida digna y plena.

Y hoy, ese derecho —que debía estar grabado a fuego en la Constitución— se está negando a quienes no pueden permitirse pagar un colegio como el Colegio Areteia.