¿Qué tiene el deporte que iguala a gente habitualmente normal, e incluso inteligente, con auténticos cafres?

España hace reset

22/05/2020

De todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España, / porque termina mal. Como si el hombre, / harto ya de luchar con sus demonios, / quisiera terminar con esa historia / de ese país de todos los demonios. / A menudo he pensado en esos hombres, / a menudo he pensado en la pobreza / de este país de todos los demonios. / Y a menudo he pensado en otra historia / distinta y menos triste; en otra España, / en donde ya no cuenten los demonios. / Pido que España expulse a esos demonios. / Que sea el hombre el dueño de su historia. / De todas las historias de la Historia / la más triste sin duda es la de España.

Jaime Gil de Biedma

España, en determinados momentos, necesita resetearse. Sí, sé que es anglicismo, pero expresa lo que quiero decir mejor que cualquier palabra española. Nos reseteamos, pero no como los ordenadores, que se resetean para salir con la memoria limpia de polvo y paja, y así funcionar mejor y seguir realizando cálculos y procesos de toda índole. No. España se resetea para ensuciar aún más su memoria, para llenarla de odio, miedo y rencor, y para organizar un enorme aquelarre del que sale mucho peor de lo que entró. 

Es, exactamente, lo que estamos haciendo ahora. Y no es culpa del Gobierno ni de la oposición, no es culpa de Vox, ni de Bildu, ni del Partido Popular, ni del Socialista; no es culpa de los nacionalistas de ninguna índole. No es culpa de la ETA. Es culpa de todos nosotros, que jugamos entusiasmados cada cierto tiempo a ese juego, y que somos los demonios del poema de Gil de Biedma.

Así, nos encontramos con un panorama político en el que la derecha quiere romper todo lo que no controla y la izquierda legisla más con animo de revancha que de reforma. Vox intenta incendiarlo todo con el metodismo de un demente, y cuenta con la ayuda inestimable de un vicepresidente del gobierno con vocación de criminal de guerra, que nos da miedo incluso a muchos de quienes le hemos apoyado, porque ni se molesta en ocultar el odio que le supura por los poros, a partes iguales con la testosterona. Un Gobierno presidido por un tipo que más parece un pino desarbolado por el viento que otra cosa, y un gobierno incapaz de gobernar, liderar, defenderse y plantear un proyecto común porque el apoyo hay que ganárselo cada día. 

A su lado, o enfrente o en el retrete, qué se yo, un parlamento en el que nadie piensa en lo común, sino que cada cual piensa en su mierda particular: unos en su nación pequeñita, chispeante y paradisíaca, otros en su nación imperial, eterna y gloriosa, en sus rentas y en sus trampas, y la mayoría en no llamar demasiado la atención para mantener sus emolumentos. 

Y fuera, mirando y afilando sus cuchillos, el pueblo, jaleado y por esa nueva casta que son los medios y los periodistas, en permanente posición de ataque contra el otro. El otro día me enfrenté yo solo a voces contra todo el edificio de enfrente que caceroleaba. Me asusté después, y pensé que no puedo dejarme llevar así porque la gente no lo está haciendo. Me equivocaba. Hoy, unos días más tarde, están en la calle partidarios de unos y otros organizando peleas callejeras, buscándose y acusándose mutuamente de haber empezado, aunque sin que esto último importe demasiado realmente, porque todos, unos y otros, acuden solícitos y entusiasmados a una pelea cuerpo a cuerpo y sin mascarillas que lo que muestra principalmente es hasta qué punto somos un pueblo tarado. Porque esos que se están peleando en plena pandemia no son gente rara, no son delincuentes que se han dado cita en la calle para pegarse como hacen las bandas urbanas en las pelis. No. Somos nosotros, nosotros mismos incendiados contra nuestros vecinos a la menor chispa que salte al aire. Y hay mucha gente lanzando chispazos, entre ellos nada menos que el tercer grupo Parlamentario y el vicepresidente segundo del Gobierno.  

Y esa es nuestra tara, ser la única nación europea en la que la mitad del pueblo odia a la otra mitad, al margen de cualquier otro eje político, social o económico.

Estamos iniciando uno de esos reseteos. Por suerte, las naciones de nuestro entorno sí  han superado los años treinta, y hay una Unión Europea que quizá no nos deje completarlo. Veremos. Yo no doy un duro.